Octubre del 2008

 

Una mamá malcriada

 

No sólo los padres suelen “malcriar“a sus hijos. Algunos hijos malcrían a sus padres. Me considero (en un supuesto buen sentido de la expresión) una mamá malcriada. Espero poder transmitir al lector (si es que lo hay) mi intención al utilizar esta expresión.
Mi hijo me deleitó al verlo como descubría lo trascendental en lo cotidiano, al no dejarse abrumar e hipnotizar con las necesidades creadas del sistema. Me enseñó a no ir tras pompas de jabón que deshacen al alcanzarlas. También  a no confundir el valor con el precio, mucho de lo que le importaba no tenía un precio material, con lo cual lograba un disfrute de lo que para muchos pasa inadvertido. También me conmovió al verlo tener “los pies sobre la tierra y la cabeza en el cielo” logrando un equilibrio entre lo mundano (plasmado en un éxito silencioso en sus estudios y trabajo) y el deseo de conocerse a si mismo y a su entorno para tratar de lograr una superación personal.
Me consintió a medida que iba creciendo al compartir con entusiasmo, alegría y aplomo sus vivencias, logrando un fuerte lazo basado en el amor, el respeto, la confianza y la honestidad.
Me deslumbró al mostrarme el buen desenvolvimiento que podía tener de su cuerpo utilizándolo como verdadera morada de su espíritu.
Me enseñó la inutilidad de la queja, comprendiendo que en la vida nada es gratis. No gastaba su tiempo en críticas vanas, era frontal aunque no  perdía su natural cortesía.
Me mostró la importancia de la discriminación en el sentido de capacidad de diferenciar y discernir. Me ayudó a poner siempre mi centro en mi interior y no en la fachada externa. Me mostró el camino hacia la libertad.
Fui asistida por él con total responsabilidad, entrega, afecto y priorizándome ante todo cuando tuve algunos traspiés de salud.
Accedió con gusto a mi pedido de ser uno de mis principales proveedores de chistes.
Me gratificó al considerarme un buen referente a seguir en cuanto a códigos honestos.
Me malcrió al no perder ocasión de decirme lo mucho que me quería de todas las formas posibles.
Me enseñó, que si bien al llegar a la mayoría de edad tenía la posibilidad de obtener una triple nacionalidad, prefería  un mundo sin fronteras y sin religiones.
Dicen que el amor de los padres hacia los hijos es incondicional, él me demostró que el amor hacia su padre y hacia mi también lo era. Libre de manipulaciones y a pesar de las diferencias nos aceptábamos y nos enriquecíamos con estas.

 

La melancolía me enriquece y me provoca una tierna sonrisa

“Lo importante es participar y no ganar”

Joaquín fue convocado junto con tres compañeros en sexto grado a participar en el maratón de matemáticas organizado por el gobierno de la  ciudad. La Directora de su escuela los instó a que se inscribieran en representación del establecimiento diciéndoles en reiteradas ocasiones que  lo importante era participar y no ganar.
En ese maratón se resolvían cuatro problemas de alta dificultad en grupos de cuatro alumnos. Su grupo resolvió con concentración y tomándose su tiempo tres de esos problemas y considerando su participación suficiente dejaron el cuarto sin resolver y se fueron a jugar a la plaza. Luego de un tiempo en que se corrigieron los problemas de todos los distritos escolares llegaron los resultados y los tres hechos por ellos estaban correctamente resueltos. Entonces la Directora les preguntó por qué no habían resuelto el cuarto y ellos se lo respondieron, ante lo cual recibieron un gran reto, argumentándoles que si hubieran resuelto el cuarto con posibilidades que estuviera bien hecho como los anteriores habrían ganado lo que redundaría en un beneficio “político” para su escuela.
Esta anécdota propició una charla acerca de la situación, de los variados disparadores y ángulos con que mi hijo apreciaba la misma, extendiéndose a circunstancias de índole más amplias, mucho más amplias. Hoy recuerdo la dicha al compartir esta conversación con un niño que quería saber mucho más que matemáticas.

 

El deleite de agradecer

Joaquín era un agradecido de la vida, de las posibilidades de aprender, de tener amigos, del disfrute por la lectura  etc.
Cuando hacíamos un paseo, lo agradecía y mucho al igual que cuando se le compraba algo por pequeño que fuere como una golosina. Era muy medido en lo que pedía y sabía que en nuestra pequeña familia, con unión y esfuerzo todo podía llegar.

 

Diferencias que unen

Recuerdo una conversación en la que me contó su participación en una entrevista radial cuando a los 13 años fue a México. La tónica de la entrevista era compartir las experiencias de un mexicano que vivía en Argentina. Un grupo de jóvenes mexicanos con síndrome de down fueron sus entrevistadores.
La primera pregunta que le hicieron fue si en Argentina había autos. Me comentó que de corazón se sintió comprometido en darle la importancia y el respeto que esos jóvenes merecían, tratando así de contestar su ingenua pregunta satisfaciendo la expectativa generada por la misma. Así es que la respondió refiriéndose a la diferencia de cantidad de autos en las ciudades y en el campo, a los distintos usos que se le daban, como transporte público o privado. Habló de los autos nuevos, viejos, de los autos de carrera. Comentó de la existencia de las autopistas, de las calles de tierra etc., etc. Me sentí sensibilizada con su intención que en cierto modo denotaba que ellos eran diferentes a él  pero él era diferente a ellos también.

 

Los cartelitos

Sus continuos recordatorios de lo que no quería olvidar lo plasmó en cartelitos tales como: “la voluntad es un músculo”, “no sos lo que vestís” (en el placard), “NO T.V” (anestesia  miente, difama, prostituye, engaña) en un remera, “recuerda saber siempre lo que quieres” (regalado a su padre) y algunos otros. Esta herencia tan valiosa es la que me ayuda a seguir adelante.

 

¿Y qué?, ¡A mi vieja le gusta Bandana!

Si bien no pertenecí al Club de fans de Bandana, ni se los nombres ni la cantidad de las integrantes de este grupo musical, había una canción “Llega la noche” que era muy pegadiza y la escuchaba en la compu. Con el valor agregado de cantarla a grito pelado luego de lo cual quedaba muy relajada o talvez simplemente cansada.
Si bien por la práctica de esta tosca musicoterapia no he recibido ninguna carta documento de mis vecinos por ruidos molestos, se que no contribuí al bienestar sonoro del edificio. Joaquín, aunque no era seguidor de este grupo, me toleraba sabiendo la dicha que me causa mi fuerte relación con la música.
Mientras en su habitación él escuchaba su refinada música barroca, suena el teléfono y bajé un poco los decibeles. Supongo que era uno de sus queridos amigos e inmediatamente al escuchar ese bello telón de fondo lo debió haber criticado o burlado. Joaquín con una inusitada voz autoritaria e intimidante respondió: ¿y qué? ¡A mi vieja le gusta Bandana!, y en su casa mi vieja escucha lo que se le canta. Creo que esta tajante respuesta respondió más a su capacidad histriónica que a un enojo verdadero. Inmediatamente se cortó este tema y cambió la conversación como si nada. Ahí ratifiqué que siempre que no fuera contra sus principios él me defendería.

 

Mentiras piadosas

Creo que al igual que su admirado Joaquín Sabina, mi hijo sabía de la conveniencia de utilizar en ocasiones “mentiras piadosas”. Me consintió con halagos de esos que nos gustan a las mujeres. No lo hizo con el fin de engañarme pero sí de desplegar su creatividad con frases que exageraban mis bondades y distorsionaban para bien mi imagen. Ambos sabíamos que algo no cerraba, que el espejo mostraba otra realidad, pero qué importaba esto si era una ocasión para mimarse y divertirse. Nunca nadie se animó a halagarme con tanto simpático descaro.

 

Percepciones

Te percibo cerca de mí, muy cerca para ayudarme a que tu ausencia física no empañe tantos bellos recuerdos, aunque es inevitable. Te escucho ¡dale ma! como cuando me alentabas a que siguiera en una de las maratones que compartimos mientras aminorabas considerablemente tu trote para ir juntos. Me esperabas, sabías que era la única posibilidad de no alejarnos.
Hoy al sentirte tan cerquita  te cuento un chiste de quien sé que querías conocer Jorodowsky (espero que te guste y si no lo arreglamos con una mentira piadosa):

Había un anciano de muy avanzada edad quien se encontraba en buena forma. Un joven periodista le dice que cómo podía ser posible llegar a esa edad en ese estado y le pregunta:

- Periodista:     ¿Tiene usted algún secreto?
- Anciano:        Sí (con voz de viejito)
- Periodista:     ¿Me lo podría contar?
- Anciano:        Sí. Mi secreto es que en mi vida nunca he contradicho a nadie.
- Periodista:     ¡Eso no es posible! ¿Cómo puede ser que en tantos años de vida nunca ha contradicho a nadie?
- Anciano:        Sí es cierto, eso no es posible.

 

Sigo siendo una mamá malcriada

A pesar del gran dolor de no compartir mi vida con vos como antes, me sigo sintiendo a mis cuarenta y diez (como diría tu tocayo) una mamá malcriada. Me acompañas en los más bellos sueños, te siento conmigo, me ayudas en los momentos más difíciles, me mostrás tu nuevo mundo. Sé que estás esforzándote y mucho para validar tu presencia. Vos trabajas en tu lugar, yo en el mío y siempre nos encontraremos a mitad del camino.
Te adoro
Ma